De todos es bien sabida la afición que tenía nuestro buen
Rey Sancho, el fuerte para más señas y vamos a dejar ahí a que fuerza se
refiere el apodo, a las correrías amorosas más allá del Ebro al parecer sin
distingo de raza ni religión y que lo mismo le iban rubias que morenas, siempre
que no fuera la suya propia, por supuesto…
No de otra manera se puede entender la cantidad de navarros
outsiders que afloran por todas las latitudes de la piel de toro con la vena
inflamada, será que el leucocito floral es extremadamente sensible, ante el
peligro inminente de la invasión vascónica del españolísimo terruño.
Pero no deja de ser más curiosa todavía la hibernación que
sufre el gen napartarra de tan floral prole todos los días del año y todos los
años del siglo en que no hay elecciones a la vista y nos gobiernan
pacíficamente sus conmilitones a este lado del ibérico río. Curioso gen que ni
se inmuta con choriceos, mamoneos, mangancias y corruptelas varias y salta como
un tigre de Bengala en cuanto olfatea que se acaba el cortijo.
Debe ser que el empacho de leucocitos florales nos produce
una especie de gilipollez mental que nos impide discernir con claridad y solo
desde la distancia y la claridad de espíritu que produce la hispánica lejanía
se puede decidir que es lo que nos conviene o deja de convenir.
Patxi Txungur
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